Comentario
1803
NOTICIAS DE LOS CAMPOS DE BUENOS AIRES
Y MONTEVIDEO PARA SU ARREGLO
Excelentísimo señor:
El gobierno de las Provincias del Rio de la Plata del que Vuestra Excelencia va a encargarse de orden de Su Majestad comprende un territorio tan dilatado que deja atrás en extensión el imperio de los tártaros y el de los chinos en el Asia; dentro de este continente va Vuestra Excelencia a ser la imagen y el lugarteniente del soberano que lo envía, un plenipotenciario del que lo ha elegido y un apoderado especial de la majestad para obrar a favor de aquel estado, todo lo que ordenaría el monarca hallándose presente, a reserva de algunas cosas que están vedadas a los virreyes. Va Vuestra Excelencia a habitar y mandar una porción del Nuevo Mundo donde todo es nuevo por comparación con España. Lo es el clima, los frutos de la tierra, las costumbres, la legislación la forma de gobierno; y en parajes, es nuevo el traje, el idioma, el modo de vivir; y hasta el mismo sustento. Va Vuestra Excelencia a encargarse del mando de una nueva región, civilizada y católica en mucha parte; pero silvestre y feroz en otra.
De una provincia poblada a trechos pero desierta y desamparada en su mayor ámbito. Rica sin cotejo con ninguna de la América; pero capaz. de producir nuevas ganancias infinitamente mayores. De un comercio activo y pasivo, en que giran con doce a trece millones de pesos en plata, oro y frutos de Europa y del país todos los años; pero decaído y debilitado, que necesita para volver a su vigor de ser puesto sobre una nueva planta. De un erario real, empeñado y recargado de peticiones que ejecuta el celo de Vuestra Excelencia a promover sus ingresos y a disminuir sus salidas. De un puerto de mar, que es la garganta de todo el continente de la América meridional el objeto de la codicia de los extranjeros y ocasionado a sus invasiones por la escasa defensa de las muchas playas y calas que cuenta por una y otra banda del Río de la Plata y sobre la costa patagónica. Finalmente va Vuestra Excelencia a gobernar una provincia vecina y confinante a una colonia extranjera, que hace más de un siglo que se está entrando en nuestro terreno sin que la inmensidad de lo usurpado haya satisfecho sus deseos; una colonia con cuyo soberano mantiene el nuestro una amistad, vinculada por el parentesco, y con quien siempre trae pleito sobre límites de las respectivas posesiones. Una colonia que ha obligado muchas veces a poner en las armas la decisión de aquel antiguo pleito, después de ver desagra[da]da y atropellada la razón con que se ha seguido; una colonia que ha arrastrado por si una porción considerable de la mayor de nuestras riquezas, y que por la frecuencia de sus hostilidades, nos haya puesto en precisión de guarnecer nuestra frontera por un cordón de guardias, y de fortalezas. Una colonia de amigos y parientes a quienes sin embargo de esta alianza necesitamos tratar como a enemigos y como a extraños.
Esta riquísima provincia de que va a ser Vuestra Excelencia gobernador, virrey y capitán general se halla partida en dos porciones por el caudaloso Río de la Plata, uno de los más famosos del mundo; navegable hasta el puerto de Montevideo para embarcaciones de todas partes y hasta Buenos Aires por medio de lanchones, o zumacas, y desde aquí hasta el Paraguay en otros barcos menores que lanchas aunque planos de quilla como éstas por razón del poco fondo, y muchos barcos de que se ha cubierto el río de algunos años a esta parte.
La ciudad de Montevideo la encuentra Vuestra Excelencia situada a la banda del norte de este mismo río a los 34 grados, 55 minutos, 4 segundos de latitud y 321,55 y 46 de longitud, y a la parte del sur la ciudad de Buenos Aires sobre los 34 grados y 35 minutos y a los 319 de longitud habiendo sido siempre el asiento y residencia de sus gobernadores y de la real audiencia pretorial que se estableció en ella según reza y tuvo su primer despacho el día 9 de abril del año de 85 siendo su primer virrey el marqués de Loreto.
La internación del Río de la Plata por medio de este continente a el paso que divide en dos partes el territorio de aquel virreinato pone a cada lado de estas penínsulas uno de los ramos de su mayor riqueza. A la mano derecha del que se desembarca halla una península prolongada hasta el Marañón, provincia de las Amazonas, en que se le ofrece a la vista un espacio de más de cuatrocientas leguas de terreno sujeto a la corona de Castilla; bordeado del mar por la parte oriental hasta el río Grande de San Pedro; por el sur del Río de la Plata; por el oeste del río Paraná, y por el norte del río de la Madera y tierras de la región de las Amazonas. Esta dilatadísima península encierra el criadero de ganado vacuno, cuyas pieles dan materia a nuestro comercio para una de las más vastas negociaciones de América, pero allí mismo tiene Vuestra Excelencia el cuidado de un vecino extranjero que vela incesantemente por caer de sorpresa sobre este llano y robarlo; y vea aquí Vuestra Excelencia uno de los mayores cargos que han de traer despierta su atención.
A la mano izquierda de Montevideo y a la banda del sur del Río de la Plata a distancia de cuarenta leguas está la ciudad de Buenos Aires levantada sobre una barranca frontera al este, fundada y poblada por el adelantado don Pedro Mendoza en el año 1535, después de descubierta, recorrida y tomada su posesión por Sebastián Gaboto de nación veneciano, desde el año de 1496 y sucesivamente por los españoles Juan Díaz de Solís y Vicente Yañez Pinzón por los años de 1508 y 1515 sin contradicción ni concurrencia de ninguna otra nación que pudiese pretender parte de este descubrimiento. Su límite por las partes del norte es la provincia de Puno sobre la sierra del Perú, última de las nueve que tiene Vuestra Excelencia a su cargo; contándose desde la capital hasta aquella como setecientas leguas de camino, harto molesto y arriesgado. Dentro de este continente encuentra Vuestra Excelencia las minas más nombradas de oro y plata que encierra esta parte de la América. Tiene Vuestra Excelencia bajo su mando el incomparable cerro de Potosí y su casa de moneda que labra de cuatro a cinco millones y medio de pesos fuertes de oro todos los años. Pero tiene Vuestra Excelencia repartidos por todo este continente a lo largo y a lo ancho hasta las costas del Mar del Sur indios infieles; y convertidos en abundancia innumerables que ofrecen motivo al que gobierna para una continua vigilancia, sin que los unos ni los otros dejen sosegar al jefe porque ambos insultan la comarca cuando menos se piensa; y aunque por esta razón no se puede confiar de ninguno ofrecen mayor cuidado los negritos ya porque los guardias avanzados sobre los campos de las Pampas han bastado a contener sus correrías, a excepción de una, u otra salida poco considerable, y ya porque la grande distancia en que están de nosotros y la falta de armas de fuego les imposibilita los deseos de hacer excursiones a nuestras estancias. No así los indios catecúmenos; porque habitan en medio de nosotros, poseyendo las entradas y las salidas de toda la tierra, armas blancas y de fuego, caballos, ganados y licores con que embriagarse; tienen todas las oportunidades necesarias para tomarnos de sorpresa y asaltarnos dentro de nuestras mismas casas. Así se vió en Arequipa, en el Cuzco, la Paz, Cochabamba, Chiquisaca, y otras provincias del Perú de que aún penden autos sin resolución en el superior gobierno de Buenos Aires desde el año 84, cometidos por una real audiencia del de 93 al oidor de aquella real audiencia don Francisco Garasa para su final determinación.
A la parte occidental de Buenos Aires tiene Vuestra Excelencia bajo su mando el territorio conocido por las Pampas el cual se extiende por un espacio de trescientas leguas hasta la falda de la cordillera de Chile, llamado de los Ancles del Perú en que nuevamente se han descubierto los minerales; uno de oro de muy baja ley, en el término de la ciudad de San Luís de la Punta, provincia de Córdoba del Tucumán a doscientas cincuenta leguas de Buenos Aires; y otro de plata rica en la jurisdicción de la ciudad de Mendoza en paraje desierto, árido y muy bajo, cuyas calidades y la falta de fomento hacen de menos aprovechamiento un mineral celebrado de todos por su abundancia.
De todas estas riquezas y vasallos va a ser Vuestra Excelencia el ecónomo y el tutor, todos han de acudir a Vuestra Excelencia por justicia y por amparo en paz y en guerra. La policía, los abastos, la quietud y el buen orden corre a cargo de Vuestra Excelencia y ellos serían obligados a venerar y obedecer en la persona de Vuestra Excelencia la imagen, y el poder de la soberanía. E1 erario real se encierra bajo de dos llaves de que tiene la una Vuestra Excelencia por si solo, y la otra la junta Superior de Real Hacienda de que es Vuestra Excelencia el presidente.
Tantos encargos, comisiones y confianzas del monarca presentarán (a Vuestra Excelencia) a manos llenas las ocasiones de ensalzar su mérito y de hacerse más acreedor a la benevolencia y liberalidad del señor de la heredad que le envía a que trabaje en ella. Pero como todos los contentos de la tierra se resienten de insipidez y de amargura se verá obligado Vuestra Excelencia a alternar con el desvelo y con la continua tarea, la satisfacción de verse mandando en jefe la más opulenta y más amplia provincia de todo el orbe.
Vuestra Excelencia considerará que tiene a un lado de este territorio una península tan amena dilatada y poderosa que basta bien cuidada a dar renta a dos príncipes coronados, Vuestra Excelencia se habrá de gloriar de ser el jefe, e1 caudillo, el padre y el superintendente de este tesoro y de estos vasallos, Vuestra Excelencia tendrá el placer más inocente cuando por su vigilancia y felices pensamientos, consiga establecer la agricultura en aquel campo, afianzar la cría de ganado vacuno, mejorar el comercio de cueros, desterrar la ociosidad, perseguir los facinerosos, introducir la política, frontificar (sic) las fronteras, levantar pueblos, formar regimientos, y plantar la religión. Pero Vuestra Excelencia se hallará obligado a traer continuamente la guerra declarada a unos vecinos extranjeros, que sin cesar se han de estar oponiendo al logro de unas ideas que les roba la ocasión de que nos estén robando lo que es nuestro. A unos vecinos acostumbrados a estar tanteando la bondad y la magnificencia del monarca español con la esperanza de que ha de hallar en estas virtudes el partido que pretenden, sin razón y sin justicia. A unos vecinos que no teniendo que perder sobre aquel terreno, siempre adelantan en lo que acometen, y después de haberse señoreado, aunque precariamente, de una porción, la más hermosa de nuestros campos, aspiran sin embargo a echarnos de su posesión sin que les obligue la liberalidad, ni los contenga la falta de la justicia.
La facilidad de nuestros naturales en prestarse a esta especie de comercio, tiene la mitad del influjo en el origen de este daño; y esto quiere decir, que en aquellos en quienes debía descargar Vuestra Excelencia una parte de sus cuidados, tiene un cuidado más; que donde sólo debía tener un solo enemigo, hay dos que se compiten en fuertes; que habiendo de contar Vuestra Excelencia con todos los vasallos de la corona para que le ayudasen a defenderse de aquel contrario, ve desertársele sus mismas tropas y pasarse a los enemigos; y cuando estos ofendiendo por si sólo serían fáciles de rendir, se hacen casi invencibles obrando de acuerdo con los nuestros. En una palabra, tiene Vuestra Excelencia a su cargo una ciudad de dos puertas a las cuales necesita guardar con la misma vigilancia; una de extracción por donde salen nuestros frutos; otra de internación por donde nos vienen. Por tanto, es menester acotar nuestro campo de modo que ni se huya ni se nos robe el ganado, o sus pieles; y fortificar la frontera en términos que no se nos introduzcan contrabando.
Ambos fraudes son antiguos y muy frecuentes en nuestra campaña; y para exterminar un mal tan arraigado y tan lucroso para sus autores, es menester mucho tesón, pero no es imposible el intento.
Hablaremos de esto y de todos los puntos del gobierno respectivo a la banda del norte de Buenos Aires; y después pasaremos al continente del sur, haciendo así dos partes del asunto en este papel; que miren a las dos porciones austral y meridional del territorio que va a gobernar Vuestra Excelencia.
División de la obra
En la primera parte expondremos el principio, los progresos y último estado de la población de Montevideo y de la crianza de su ganado; los desórdenes y males en que abunda; las causas de estos, y el medio eficaz de precaverlos; las ventajas que del arreglo de aquellos campos puede prometerse con seguridad, el estado, las iglesias, el comercio, la real hacienda, la población, la industria, la agricultura y toda la nación en general.
En la segunda demostraremos con relación al comercio y minerías, a los indios y sus tributos, a la quietud de aquellas provincias y a su más acendrado gobierno en particular, los excesos y perjuicios que tenemos notados en estos puntos; y especificaremos los medios de reformar que deben practicarse para mejorar la constitución de aquel pedazo de tierra tan rico y dilatado que no lo tiene igual ningún monarca ni necesita el de España otro padrino; ni para ser el mayor y el más poderoso del orbe.
Motivos para escribir
No todo lo que pretendemos exponer a Vuestra Excelencia está en su mano el practicarlo; muchos artículos de los que tenemos meditados, necesitan de orden expresa de Su Majestad para ponerse por obra; pero siendo del cargo de Vuestra Excelencia consultar a la real persona cualquiera en que convenga alterar lo que está dispuesto o prevenir de nuevo alguna providencia, será muy propio de su obligación representar a Su Majestad lo que encuentre digno de su real noticia entre los puntos que se toquen en este papel; y adelantando Vuestra Excelencia sus reflexiones, y añadiéndole sus propias experiencias reducirá a demostración lo que este papel le representa en su bosquejo. Y ve aquí Vuestra Excelencia el único motivo que hemos tenido para ornar este memorial. E1 acopiar las observaciones que hemos hecho en el discurso de ocho años que servimos a Su Majestad sobre esta América en dos empleos que han podido instruirnos de los dos ramos principales de la riqueza de este reino y de los modos de conservarla y aumentarla; sin que nos mueva otro interés a tomar la pluma sobre tantas y tan árduas materias y en propias y ya ajenas de nuestra profesión, y todas desiguales a nuestras fuerzas, que un efecto de la honorosa ambición de saber y de ser útiles al rey, y a la patria. Y aunque para lograrlo mejor pudiéramos dirigir este trabajo a la misma real persona, o sacarlo a luz por medio de la prensa, consideramos tan distante esta obrilla de ser elevada a los pies de Su Majestad o de salir al público en caracteres de moldes, que para animarnos a ponerla en manos de Vuestra Excelencia hemos resuelto ocultar el nombre de su autor.
Nos creemos muy lejos de merecer aplausos ni ganar opinión de sabios por Linos apuntamientos de puro hecho que serían fáciles a cualesquiera de menos obligaciones que las que nosotros tenemos de saber discurrir. El concepto que hemos hecho de este papel no se extiende a más que a inclinarnos a creer que no es obra inútil para Vuestra Excelencia a quien la dirigimos; y que algunos de los pensamientos que contiene podrán merecer la aprobación de Su Majestad ilustrándolos y afinándolos Vuestra Excelencia. No por esto creemos haber adelantado cosa alguna sobre la que Vuestra Excelencia tiene sabido de muchos años a esta parte; y solo pensamos que el provecho que podía sacar Vuestra Excelencia de este trabajo será el refrescar la memoria de sus antiguas meditaciones y el poder mejorarlas fácilmente hallándolas en orden y colocadas con método y encadenamiento. Los materiales de la obra son los mismos que Vuestra Excelencia tiene acopiados desde mucho tiempo; y sólo es nuestro el trabajo de la colocación de estos mismos materiales en proporción y simetría; y a la manera que los que se emplean en levantar un edificio, recorrer nueva forma en la construcción, sin que por esto muden de esencia, así nosotros sin adelantar con alguna a lo que Vuestra Excelencia tiene meditado le hemos dado una planta que costea a Vuestra Excelencia el trabajo de recogerlos cuando quiera servirse de ellos. Este es el único valor que consideramos a esta obra en la estimación de Vuestra Excelencia, juzgamos que no ha de ver con desagrado un trabajo de muchos meses en quien los ha hurtado al descanso para darlos a este afán, sin tener obligación de tomarse esta tarea, y sin buscar más gloria ni ganancia que el aprovechar a la patria con aquello poco que valgan sus vigilias.